Durante el siglo XV los mexicas establecieron una guarnición militar en el valle situado entre el Cerro del Fortín y el río Atoyac, con el nombre de Huaxyácac, para asegurar un lugar de apoyo a los comerciantes que viajaban entre Tenochtitlan y el Soconusco. A finales del siglo XV una alianza de mixtecos y zapotecos atacó y destruyó la guarnición, los mexicas reconquistaron el territorio, establecieron colonias y sometieron la región de los Valles Centrales. Posteriormente, y por su posición estratégica camino hacia el Istmo de Tehuantepec y el Soconusco, el sitio fue asediado y controlado por las fuerzas españolas; esta ocupación permitió establecer la Villa de Antequera, en medio de una disputa entre Cortés y la Corona por el territorio del Valle de Oaxaca. Finalmente, el 25 de abril de 1532, mediante una Cédula Real firmada en Medina del Campo, el asentamiento recibió el título de muy noble y leal ciudad de Antequera. Cuatro siglos después, la ciudad y sus habitantes fueron promotores y anfitriones de una serie de celebraciones populares y cívicas conocidas como Cuarto Centenario. En este contexto se ubican las siguientes experiencias de algunos viajeros por la también llamada Verde Antequera.

En marzo de 1926 el historiador y escritor mexicano Manuel Toussaint visitó la capital. Como resultado de su estancia publicó Oaxaca. La impresión que de la ciudad tuvo fue que “el mundo ha disminuido de estatura o que ha aumentado el índice de la pesantez”, y relata que la vida es apacible y grata. Agrega: “El ocio dorado, en estos atardeceres, reconforta el espíritu. Nos sentimos más jóvenes, capaces de empresas en Oaxaca, de obras brillantes y de actos heroicos”. Otros visitantes en la década fueron el escritor inglés D. H. Lawrence y la estadounidense Katherine Anne Porter. Lawrence describe el mercado “lleno de indios, caras morenas, pies callados, voces soterradas que entran, incontables, empujando. Los murmullos seseantes del idioma, el zapoteco, entre sonidos de español y las voces calladas, distantes de los mixtecos”. Porter señaló que la atmósfera de los pequeños pueblos “proviene en forma misteriosa de tiempos muy remotos, de una época inconmensurablemente alejada de nosotros”; le interesó la producción de artesanías y afirmó que “Oaxaca es el origen mismo del arte folclórico tradicional”.

Jacobo Dalevuelta señala en Cariño a Oaxaca (1938) que el Lunes del Cerro es un broche de oro a las fiestas del Carmen Alto; describe tardes de lluvia y paisajes verdes en los que se desarrolla una fiesta para todos: “para los camaradas de abajo, para las gentes del centro pobre de ilusiones y para los vanidosos de arriba. Orgía de luz, locura de música, desenfreno de gula ante los ‘puestos’ rústicos. Y en la línea de horizonte, el arco-iris maravilloso, como marco de una tarde diáfana”. La gente luce sus mejores galas: sedas, rasos, rebozos de bolita, joyas de oro y coral; también destaca el paisaje, el río Atoyac, el árbol del Tule, las pequeñas iglesias de los pueblos de los Valles Centrales, las claroscuras tierras preparadas para la labranza, los tonos turquesa del follaje de los árboles.

En 1933 Aldous Huxley visitó Oaxaca. Le pareció una ciudad majestuosa y de edificios imponentes, un lugar bello y positivamente alegre; Santo Domingo una de las iglesias “más extravagantemente suntuosas del mundo”. Las palabras que dedicó a Monte Albán son elocuentes: “era la catedral de una diócesis zapoteca entera, un lugar incomparablemente magnífico, con ubicación asombrosa”. En 1938, el novelista Graham Greene pasó por Oaxaca y consideró que la ciudad era hermosa “a su manera”. Apuntó que todos los exteriores de Oaxaca eran hermosos, y afirma que Oaxaca es la más agradable de las ciudades mexicanas.

Estas notas incluyen las impresiones de otros viajeros europeos en los años 40 y 50. Eduardo de Ontañón afirma en su Manual de México que Oaxaca es una ciudad deseada para terminar los días; para su paisano, el cántabro Eulalio Ferrer Rodríguez, la ciudad es agradable como su gente, con una luz nueva que inunda y embriaga, llena de fraterno calor humano y de cordialidad: “Fue algo más que un lugar de tránsito. Fue el punto de partida de un nuevo destino”, una ciudad que puso ternura en su vida, con palabras de sabor “dulce, intenso y refinado”. El checoslovaco Erwin Kisch, exiliado en México entre 1942 y 1946, dedicó a Monte Albán frases que vale la pena recuperar: “Si ésta no es una de las maravillas del mundo, ¿cuál lo es? ¿Dónde hay en el mundo una montaña que nos cuente cosas tan fantásticas acerca de sí misma y nos ofrezca pruebas tan palpables de lo que nos cuenta, como Monte Albán? No sabemos qué es lo que predomina en nosotros, si el embeleso o la confusión”.

En La gran travesura, los franceses Michel Le Clerc y Jean Claude Bois —en los cincuenta— dejan ver su admiración por Monte Albán, Mitla y el trabajo que los artesanos realizaban en telar de cintura. El fotógrafo alemán Eugen Kusch visitó México entre 1955-1956 y en su memoria guarda agradables impresiones de Mitla y del Árbol del Tule; sobre los indígenas apunta: “Los zapotecas, raza afable y de natural inteligencia, están orgullosos de su gran pasado cultural y no menos de los sobresalientes personajes procedentes de sus filas. A pesar de que la capital provincial, por su clima benigno y por las próximas ruinas de Monte Albán y Mitla, como punto de atracción, es muy visitada hoy por forasteros y turistas, la vida indígena en los mercados guarda incólume hoy como ayer su venturoso ritmo y compás”. Finalmente, a finales del siglo XX el español Francisco Solano recorrió varias ciudades de la República Mexicana, sus impresiones las plasmó en Bajo las nubes de México; en el mismo apunta que la ciudad de Oaxaca es el lugar ideal para relajarse y el sitio donde uno desearía pasar el resto de su vida.

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Acerca del autor:
Historiador. CIESAS Pacífico Sur.

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